Una vez cada tantos años en la política argentina a algún político, y siempre por razones que desconozco, se le ocurre firmar con otras fuerzas políticas de oposición un acuerdo programático para dar estabilidad y previsibilidad a la economía y a la política. Y siempre que eso sucede se asoma, cual niño que espía por el marco de una puerta, el hecho histórico español, los Pactos de La Moncloa. Y de nuevo periodistas y analistas piden dejar las diferencias de lado y llegar a acuerdos en pos del futuro, como hicieron los españoles en aquel momento. Pero una vez más, las comparaciones se tornan odiosas.

¿Qué tan erróneo puede ser comparar los acuerdos de La Moncloa con los 10 puntos programáticos que anunció Macri hace unos días atrás? La respuesta es, “muy”. Estos acuerdos se firmaron en 1977, cuando se terminaba el gobierno de Franco, la desocupación superó el 25%, la inflación por encima del 26,4%, la balanza comercial solo cubría el 45% de las importaciones. Los sindicatos eran sumamente conflictivos, pues vivían en los márgenes de la ilegalidad, el congreso se encontraba dividido en una gran cantidad de fuerzas políticas distintas, y el partido de gobierno había asumido solo con el 35% de los votos.

A los pocos meses de haber asumido, volvía a correr un famoso dicho español por las calles de ese país “o los demócratas terminan con la crisis económica, o la crisis económica terminará con los demócratas”. El miedo compartido de todos los partidos políticos del momento era la posibilidad de un retorno a un gobierno militar o algo similar a lo que habían sufrido bajo el régimen de Franco.

 Los acuerdos trataban de cerrar y solucionar problemas en varios frentes a la vez, todos los actores participantes ganaron y perdieron algo. La memoria franquista los hizo sentarse a la mesa. Aún así, los participantes recuerdan que no fue un proceso fácil y las grandes rondas de negociación con cada una de las fuerzas, de las cuales muchas decidieron no sumarse a los pactos.

Los gremios fueron reconocidos legalmente, pero debían aceptar que las empresas pudieran despedir entre el 5 – 10% de los empleados, sumado a un régimen de flexibilización laboral. Los aumentos salariales se fijaron por debajo de los índices de la inflación. Se pactó una devaluación de la peseta para hacer al país más competitivo y disminuir el déficit de la balanza comercial. Hubo un aumento impositivo, pero de carácter progresivo. Se acordó un aumento de la inversión pública de un orden del 30%, pero una reducción del gasto público de consumo de 21,4% del PBI. Y Se limitó el crecimiento de la masa y emisión monetaria. En el orden de cuestiones políticas se habilitaron el derecho a la libertad de expresión, prensa y plena libertad de reunión y asociación.

La Argentina tuvo un Acuerdo de La Moncloa más o menos implícito, con la victoria Alfonsinista en 1983, la vida en democracia jamás se impugnó, y aquellos que lo hacían, pagaban un costo político muy alto de la mano de una sociedad agotada de la violencia de Estado. Ese espíritu democrático contagió no solo al radicalismo, sino también a otros partidos políticos, y a la sociedad toda.

Difícilmente España pueda hoy en día replicar algún acuerdo similar como lo hizo en aquel momento tan especial, todos los actores políticos estaban debilitados (incluso los del gobierno), y había una urgente necesidad de construir un escenario donde salieran más fortalecidos, dejando atrás, la posibilidad de un intento de levantamiento o gobierno a lo franquista.

Argentina hoy en día tiene un escenario muy distinto. Las libertades, sociales y políticas están garantizadas. La democracia tiene sus momentos de mayor o menor conflictividad, pero la estabilización de los procesos y la legalidad está lograda. Es la economía la que plantea el problema central del gobierno. Los 10 puntos del acuerdo programático de Mauricio Macri presentan un avance para él pero un problema para el resto.

Lo principal, es que no hay ningún incentivo para los actores participantes en firmar el acuerdo y mantener lo pactado. En España en su momento, la posibilidad era volver al franquismo, en la Argentina del ‘80 volver a una dictadura. Hoy en día, que la estabilización democrática se logró, terminar de desestabilizar el gobierno y evitar que concrete una recuperación económica en estos meses es una buena noticia para los partidos políticos opositores que, con esas noticias, se vuelven competitivos de cara a las próximas elecciones.

Los puntos programáticos son reformas, a mi parecer necesarias, pero muy coincidentes con la visión del gobierno sobre cómo enfrentar los problemas, mientras que las otras fuerzas políticas pueden no verlas de esa manera. La segunda fuerza electoral, que encarna Cristina F. de Kirchner, difícilmente pueda acordar equilibrio fiscal, Banco Central independiente e integración global. Elementos que no han estado nunca en la agenda del kirchnerismo.

Reducción de cargas impositivas de los niveles nacionales, provinciales y municipales representan un problema, pues, el refrán lo explica bien “puñalada en barriga ajena, no duele”, es poco probable que gobernadores e intendentes acepten disminuir la presión impositiva solo porque el presidente y algunos actores más así lo acuerdan. Eso es un problema para el PRO ya que no tiene mucha representación por fuera de la Provincia de Buenos Aires.

Los Acuerdos de La Moncloa fueron hijos de la necesidad, de la circunstancia y del miedo al regreso del periodo anterior. Este acuerdo programático carece de esos elementos, la necesidad solo la tiene el gobierno, en estas circunstancias los partidos de oposición se sienten más o menos cómodos, y el miedo a retroceder a un escenario político previo no es lo suficientemente generalizado, primero porque eso no implica la impugnación al régimen democrático y segundo porque representa a una de las fuerzas políticas más difundidas del país.

Francisco Mazzaro – Politólogo

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