Por Francisco Mazzaro. Politólogo
Según el libro “La razón populista” de Laclau, el populismo es una herramienta de construcción política que está a mano tanto de la izquierda como de la derecha. La idea fundamental es que con el populismo se pueden unir distintos segmentos de la sociedad (que de otra manera estarían separados) a través de una gran oposición con un elemento social ya sea interno o externo. La vieja fórmula Braden o Perón era el ejemplo más claro de ello. En esa consiga uno estaba a favor del pueblo argentino (sea del sector social que sea, encarnado en Perón) o apoyaba a la “oligarquía o capitalismo foráneo” (encarnado en Braden).
Dentro del pueblo argentino se pueden encontrar una gran variopinta de intereses, actores políticos y segmentos sociales que de otra manera sería imposible que se unieran. Hoy en día el coronavirus facilita mucho la construcción populista: el enemigo es claro, exterior y es fácil unir posiciones o lazos contra él. La ventaja para el gobierno es que éste “enemigo-virus” permite escudarse en el sistema de salud, exigir acatamiento casi absoluto, aumenta en gran medida los poderes discrecionales y algún acto de oposición es visto por la sociedad como un intento de actuar contra la salud de todos.
Ahora bien, la construcción del populismo como lo plantea Laclau es simbólica y discursiva, no da muchas pistas sobre cómo poder armar un entramado de poder desde allí. Esto último lo permite hacer el public choice, una escuela de pensamiento dentro de la corriente neoliberal. Para esta escuela, la sociedad se encuentra dividida en los siguientes sectores: Los ciudadanos, los ciudadanos reales y la coalición ganadora. Los ciudadanos son aquellos que tienen derechos políticos adquiridos y lo ejercen. Los ciudadanos reales están compuestos por quienes tienen capacidad de influenciar sobre el comportamiento y la opinión de otros habitantes, parte de ello serían los actores políticos de peso, líderes de opiniones, miembros de mayor poder económico entre otros. La coalición ganadora es esa combinación que se crea entre ciudadanos y ciudadanos reales que elige y mantiene el liderazgo político. Se crea un lazo firme entre coalición ganadora y el liderazgo, los primeros apoyan al segundo y lo mantienen en el poder y el segundo los beneficia mediante políticas públicas.
El tamaño de la coalición ganadora depende directamente de las instituciones de cada territorio. En los países comunistas de antaño y algunos más modernos, la coalición ganadora es un selecto grupo de miembros del partido, policía, ejercito y no mucho más de eso. Las democracias modernas requieren armados más complejos, construcciones partidarias, compromiso con sectores económicos, entre otros.
Por ello, la economía es un elemento fundamental en la viabilidad política de un gobierno. Si un liderazgo no puede beneficiar a los miembros de la coalición ganadora, es probable que ésta última se desarme, se divida y apoye a otros pretendientes a heredar el liderazgo.
Por ello la Venezuela post chavista puede mantener su liderazgo sin importar la crisis económica. Mientras que los jefes del partido Socialista Unido de Venezuela, algunos miembros de seguridad y la cúpula del ejército mantengan su lealtad al liderazgo, Nicolás Maduro podrá mantener cualquier avatar político, como el del joven Juan Guaidos. Argentina en contraposición requiere un entramado mucho más complejo y difícil para ganar una elección y sobre todo mantenerse en el poder. Hay que contar con el apoyo de algunos gobernadores, partes de las cámaras legislativas, partidos políticos, algunos medios, grupos empresariales, y demás.
El dilema que enfrentará Alberto Fernandez el año que viene en las elecciones de medio tiempo vendrá de la mano de la economía y no en sentido abstracto. La cuarentena que se extiende cada vez más impacta en su capacidad económica, tanto para recaudar como para hacer frente a nuevos gastos.
De esta manera, el Presidente no puede “comprar” lealtades ni disciplinar a lo miembros de la coalición ganadora, que lo habían apoyado ante la reelección de Macri. Por supuesto que el presidente tendrá algunas alternativas diversas, a falta de posibilidades económicas podrá adoptar distintas medidas de corte más simbólico o político. Como un elemento simbólico puede darse que la ya simbólica Cristina aumente su perfil político con su tono característico, y entre los elementos económicos, que volvamos a la emisión de moneda sin priorizar su presión inflacionaria.
Lo cierto es que no será de sorprender que una vez que haya pasado el efecto de la pandemia tendremos una oposición tanto interna como de terceros partidos mucho más fuerte y rebelde ante la imposibilidad del ejecutivo nacional de disciplinar sin tantos recursos económicos o políticas públicas a fin.